En un rincón insólito junto al muro que divide Tijuana de San Diego, la música rompe lo que la política construye. Ahí, donde alguna vez existió un narcotúnel, hoy se ensaya libertad en forma de son jarocho: es el Fandango Fronterizo, una tradición veracruzana que echa raíces en la frontera.
El lugar que acoge esta celebración es la Casa del Túnel, una antigua construcción convertida en centro cultural. Jorge Castillo, director del Fandango Fronterizo, cuenta que esta fiesta comenzó a latir en la ciudad desde 2005, con la llegada de músicos y activistas que vieron en el son una herramienta para tejer comunidad.
“El muro no detiene a la música. La música no tiene fronteras, no tiene pasaporte. Va y viene como las aves o el mar. Lo que nosotros hacemos es una gran fiesta binacional cada año para decir: no queremos muros, queremos espacios libres”, expresó Castillo.
El fandango se ha convertido en un lenguaje común para quienes habitan esta franja dividida. Los ensayos y talleres se realizan regularmente en la Casa del Túnel, donde el sonido del requinto, la jarana y el zapateado sustituyen el eco que alguna vez dejó el tráfico ilegal de personas y drogas.
La Casa del Túnel, antes símbolo de clandestinidad, fue redignificada en 2008 como un espacio de cultura y encuentro. Hoy es hogar de quienes, con versos, cuerdas y décimas, reivindican la música como acto de resistencia.
Para Carmen Castro, una de las participantes del fandango, pertenecer a esta comunidad ha sido una forma de sanar y de reconectarse con su identidad:
“La música para mí es un alivio. Aquí siento que no hay barreras y que el muro no existe. Esta comunidad se ha convertido en mi otra familia”, compartió con emoción.
Carmen también subrayó que, ante los cambios políticos recientes en Estados Unidos que han tensado las relaciones binacionales, el fandango funciona como refugio emocional: un territorio simbólico donde nadie queda fuera.
Así, el Fandango Fronterizo no solo es una fiesta: es una declaración. Es la afirmación viva de que, en la frontera, aún existe un espacio donde la alegría, la tradición y la comunidad se encuentran para decir —con música— que la cultura también resiste.




Fotografías: Luis Bautista